Por esas cosas del fútbol, Lionel Messi nunca jugó en el Maracaná. En ninguna categoría, con ninguna camiseta. Que la primera vez, que tarda pero llega, se produzca en un Mundial es toda una cucarda para la extraordinaria carrera de la “Pulga”. Ayer pisó por primera vez ese verde que de lejos parece tan perfecto que deslumbra. Lo hizo poco después de las 18, una vez que concluyó la conferencia de prensa brindada por Alejandro Sabella. El futbolistas de Barcelona entró despacito a la cancha, a su modo. Con ese andar despreocupado, de a ratos ausente, que lo define. Pero miraba las tribunas, los arcos, los conitos dispuestos para el entrenamiento. Ya se había hecho de noche en Río de Janeiro, así que las estrellas se empujaban para iluminar el círculo central. Tal vez pretendían sentirse más cerca de la hermana terrenal que juega con la camiseta argentina.
Sólo se permitió apreciar los 15 minutos iniciales de la práctica. En otras palabras, la entrada en calor. Fueron los últimos movimientos antes del debut mundialista de hoy contra Bosnia. Sabella había dejado en claro que la formación titular se conocerá a último momento y se cuidó de ofrecer algún indicio en ese sentido. Antes de recibir la orden de abandonar el palco de prensa, el batallón de cronistas apenas siguió los ejercicios recreativos, el peloteo liviano a los arqueros y los trotes de Rodrigo Palacio, al margen de todo esfuerzo.
Pasaron 64 años
El encuentro de Messi y el Maracaná se concretará a 64 años de la inauguración del estadio. Brasil, gobernado en aquel tiempo con mano de hierro por el mariscal Eurico Gaspar Dutra, lo construyó para albergar el Mundial de 1950. Fue “o mais grande do mundo”. Cuentan que cuando se inauguró el cemento todavía estaba fresco. Pero Brasil perdió el partido decisivo con Uruguay y el título mundial se convirtió en el histórico Maracanazo.
Por supuesto que este coloso no es el mismo de 1950. Viene siendo sometido a toda clase de refacciones y replanteos, a tal punto de que del original apenas queda la forma, el concepto. Y la leyenda, por supuesto. Jules Rimet dejó el palco de prensa seguro de que Brasil sería campeón y empezó a recorrer las entrañas del estadio rumbo al campo de juego para entregar el trofeo. El silencio era sobrenatural. “Qué fantástica construcción, el cemento impide que se escuche el estruendo del exterior”, pensó don Rimet, alma máter de la FIFA. Lo que había ocurrido fue que en ese lapso Uruguay se había puesto 2 a 1 y la multitud se calló para siempre. El Maracanazo.
Lo llamativo es que en este estadio se jugará la final. O sea que Messi tiene la posibilidad de disputar dos partidos en el Maracaná. De él y de sus compañeros depende, por supuesto. El camino es largo y sinuoso. Ayer Messi empezó a hacerse amigo de la mole carioca. Se miraron, se estudiaron. Hoy pueden ponerse de dos novios, goles mediante. El resto es anhelar que establezcan una relación capaz de durar para siempre.